sábado, 13 de septiembre de 2008

En el campo...


El sol apuntando tods las mañanas hacia la casa. El mar y la montaña como telón de fondo. El gato tumbado a la sombra, sin poder apenas levantar la cabeza. El olor a tierra mojada cada vez que llueve. El canto de los pájaros a la hora de la siesta. Y el de los grillos. Las noches a la luz de la luna llena, que hace un poco más especial cada rincón. Las flores amarillas de cada primavera. La alfombra de verdes tréboles cada invierno. Las ardillas, siempre tan atareadas, allá en el pino. De vez en cuando, una mariposa blanca. Los senderos que descienden hacia escondrijos secretos. La higuera, y sus dulces y carnosos frutos. El arco que forman dos almendros al final del camino. La casita, que hicimos un poco chapucera y que al final abandonamos. El precipicio, del que cuelgan las raíces de los árboles. El puente, un viejo almendro caído junto al bancal. El prado donde íbamos a leer los soleados sábados de invierno. La parra, ésa de la que sólo mi abuelo coge de vez en cuando un racimo. Los ratones, que aunque dan mucho asco, al gato le entretienen bastante. La retama, siempre tan amarga, que forma unos graciosos matorrales. El pequeño pino, que nadie sabe de dónde ha salido. Las perdices que ponen sus huevos bajo los matorrales, y sus perdigones siguiendo a su madre en fila india, aunque cada vez menos. El mes de febrero, blanco por las flores de los almendros. Y la primavera de flores verdes y frondosas. Y el verano seco. Y, al fin, el otoño. La recogida de almendras con una cesta. La cáscara parda. Y su interior en ell paladar...Mmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmm...el sabor del otoño que se avecina. Tantos momentos en el campo: cuando estábamos haciendo nuestra casita; cuando mi hermano me engaño diciendo que había restos romanos; cuando fuuimos al viejo cortijo del fondo, donde no se podía entrar; cuando encontramos a los dos gatitos, Gigi y Dolcenera, que luego dejamos a una familia que, seguro, sabrá darles cariño; alguna que otra vez que hemos recogido hinojos, aunque me daba cosa verlos tan verdes en la cazuela; y tantas, tantas vivencias que he tenido y que, seguro seguiré teniendo. Y es que es lo que tiene vivir en el campo.

3 comentarios:

Jara dijo...

¿Ves cómo vivir lejos de la civilización también tiene sus cosas postivas. Además tú no sólo vives en el campo sino que tienes una terraza-barco desde la que se ve el maaaar entero! Te envidio. Besitos

Albert dijo...

Yo no vivo tan lejos de la civilización; La tengo a mis pies xDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDD!!!!!!!!!!

thebloginfraganti.blogspot.com dijo...

Una maravillosa entrada, Alberto.

Un espacio para la imaginación.